El período de acogida en la escuela infantil. Reflexiones e inquietudes de una madre, educadora y directora

Sorpresa

PROCESO DE ADAPTACIÓN ¿RESPETUOSO?

 

Termina la 2ª semana y me siento optimista

El proceso transcurre según lo previsto. Niños que no lloraron los primeros días ahora comienzan a mostrarnos todos sus sentimientos y tratan de contarnos con sus ojitos anegados en lágrimas que les sucede. Por el contrario, aquellos que los primeros días no encontraban consuelo comienzan a aceptar la nueva situación, a disfrutar pequeños ratitos de lo que la escuela les ofrece, de lo que las educadoras ponemos a su disposición. Y así es como se viene desarrollando un periodo de adaptación con “normalidad”…

Pero a una servidora le cuesta conformarse con  “esa normalidad” y curso tras curso busco formas de hacerlo aún mejor. En estos años hemos evolucionado y hemos ido transformando la forma en la que afrontamos cada nuevo inicio de curso, siempre poniendo al niño en el centro, buscando la manera de que esta etapa sea lo más agradable posible… y aún así, a pesar de la evolución y los cambios, aún no me conformo… Esos llantos, que no encuentran el consuelo que necesitan en nuestros brazos, en nuestros abrazos, en nuestros besos…. No, no me resigno, aún tenemos que poder hacer algo más.

En nuestro centro, tenemos días de visitas individuales previas a la incorporación, las familias acompañan a los niños al aula, y hasta desde hace unos años tenemos el día con padres… Es un comienzo, pero para los niños parece no ser suficiente.

COMO MADRE
Recuerdo los períodos de adaptación de mis hijos en 2º ciclo de infantil… difícil, incluso triste…¿Y me pregunto por qué? ¿Por qué algo que deberíamos vivir con alegría tenemos que vivirlo con amargura? ¿Por qué no piensan en las necesidades de los niños? ¿Por qué se sigue anteponiendo los intereses del docente o del propio centro por encima de las necesidades de los niños? ¿Tanto cuesta dejar acceder a los padres durante un tiempo a despedir a los niños en sus aulas?. Pero… es que ¿acaso no lo ven?. Esos niños agarrados a un “tren” con llantos desgarradores,  que te miran mientras el de delante tira de él para que camine (el tren se va) y de repente se suelta y sale corriendo a tus brazos, mientras unos brazos completamente desconocidos para el pequeño (incluso a veces para los propios padres) vienen y te arrancan a tu hijo. Vuelvo a preguntarme… ¿por qué no hacen nada por cambiarlo? Te dicen: “cuida tu lenguaje corporal, que ellos lo notan todo”. ¿Es posible en esa situación que tu cuerpo no diga lo que con tu boca intentas callar?
COMO EDUCADORA
Puedo imaginar cómo te sientes y entiendo lo difícil de este proceso, principalmente porque yo también he estado en ese lado. Trato de no caer en esa “normalidad”, no me sirve eso de “así ha sido siempre”. NO, a mí no me sirve. Despliegas todos tus recursos, haces carantoñas, buscas el objeto de apego del niño, su juguete favorito, un cuento y bailas, cantas y hasta haces el pino si hace falta… todo con tal de que el niño “distraiga” su atención de esa puerta por la que mamá acaba de salir. Por suerte, las familias ya saben que es mejor que sean ellos los que nos entreguen a los niños, y no nosotros quienes se los “arranquemos”… hay una pequeña diferencia. Sin embargo sigo preguntándome ¿también la hay para el niño que se aferra al cuello de su mamá (o abuelita,  o papá, o esa persona que ya conoce bien)? Eres capaz de ponerte a uno en la mochila de porteo y con los brazos que te quedan libres tratas de consolar a dos más, mientras que con el pie mueves la hamaquita de un cuarto porque parece que necesita dormir y así con el balanceo se relaja. Y entre tanto y tanto, pasa por tu cabeza esa pregunta ¿qué más podría hacer? Y la borras automáticamente porque desde un rinconcito hay unos ojitos que te buscan, y mantienes la mirada, y centras toda tu atención en conectar y entonces surge la chispa y te das cuenta de que ya es el momento, de que ya está dispuesto para que le abraces y lo haces tan pronto como te resulta posible, no vaya a ser que se le olvide y se rompa la magia. Limpias lágrimas y mocos en caritas preciosas que buscan consuelo, pero no el tuyo, y vuelve a aparecer como un relámpago la pregunta ¿qué más puedo hacer? Llantos que no cesan, que no consiguen la calma, la seguridad que buscan y entonces dices… “¡YA! Esto tiene que ser una experiencia agradable, y necesitas tiempo para sentirte a gusto aquí. Llamamos a mamá, y mañana otro ratito” Y llamas a mamá, y lo entiende y viene apresurada a buscar a su peque. O llamas a mamá, y te dice que no puede salir del trabajo… ¿y qué pasa entonces? Termina el día, saliste de casa con un recogido monísimo en el pelo y no queda ni una greña en su sitio. Tu espalda se resiente y tu compañera se acerca y te da un abrazo. Sonríes, sabes que mañana llorarán menos. Hoy L. ha sonreído y ha jugado en el ratito de patio, y V. se ha tomado todo el almuerzo sentadito en la mesa. Aun así, te vas a casa y vuelves a pensar ¿qué más puedeo hacer?
COMO DIRECTORA
Toca organizar el curso, definir objetivos, buscar nuevas estrategias… entrar de incógnito en los sentimientos y pensamientos de mis compañeras y de las familias (recuerda que yo también he estado ahí) y tengo la responsabilidad de preparar a mi comunidad educativa para lo que nos acontece. Como dice unas de las personas que me inspiran en mi labor, Marisa Moya,  “aunque es de sobra conocido que esta etapa de profundos cambios debe ser bien vivida y bien asimilada por el niño, todas o casi todas las exigencias, compromisos, responsabilidades, apoyos… son por cuenta de los adultos, la familia y los docentes” Intento que mis compañeras capten lo que espero, lo que necesito de ellas y lo que no en este proceso. No quiero que lo vivan con la sensación de “esperar tiempos mejores”. Espero que no lo vivan con ansiedad. El niño sólo entiende tu lenguaje no verbal. Si buscamos lo mejor para la infancia han de cuestionarse también ¿cómo desean afrontar este proceso? Los calendarios de adaptación en los que se establecía un plan al unísono ya no se adaptan a lo que perseguimos. Han de ser conscientes también de la evolución, de las necesidades de cambio y de qué vamos a hacer para conseguirlo. Cada niño es único (repito como un mantra). El niño que toma pecho tiene unas necesidades distintas al que usa chupete. El niño está sometido a nuestras decisiones y no tiene modo de defenderse. Y no hay que perder de vista al niño silencioso, porque también nos necesita. Espero que busquen esa conexión tan necesaria, espero que respeten los sentimientos de los niños y entiendan lo difícil que para ellos es esto, por su corta edad, su poca experiencia de vida, su falta de madurez para entender qué sucede.  Espero que mantengan la calma, que destierren la sensación de urgencia por calmar el malestar y pongan la atención necesaria para que el niño se sienta escuchado y respetado. Ellas tienen la responsabilidad, junto conmigo que velo para que así sea, del tipo de experiencias a las que exponemos a esos niños. Intento a la vez, captar lo que ellas necesitan y esperan de mi.

Entre la directora, la educadora y la madre, hace ya tiempo que empecé a introducir cambios para que esta fase inicial del curso fuera lo menos agresiva posible para nuestros niños y niñas.

Tomando otra vez como referencia las palabras de Marisa:

¿Es imprescindible que el niño sufra?

“El cambio es un hecho real, el proceso debe ser lo menos agresivo para la mente infantil. Hay niños que en tan solo unos días y con la buena práctica de educadoras y padres lo consigan y habrá otros que no. Estos niños son los que más nos necesitan. Habrá que interpretar su llanto como expresión de temor, aceptarlo y tomar las medidas para que puedan superarlo. Ni jornadas enteras ni jornadas de hora y media. Si estamos llevando a cabo la adaptación será la que más se acople a su necesidad para evitar el sufrimiento y darle el margen necesario hasta que perciba las cualidades positivas del nuevo entorno: satisfacción de necesidades básicas, sentirse protegido de peligros reales, encontrar afecto y aprecio… CONECTAR. El vínculo con su educadora devolverá al niño la tranquilidad.”

 

Las posibles dudas se disipan, y tras dos semanas de proceso vuelvo a casa con otra sensación. Entonces recibes un whatsApp de una compañera preguntando ¿qué más puedo hacer?

Lleva tiempo rondando en mi cabeza la idea de hacer un periodo de adaptación más respetuoso, donde las familias puedan acompañar a los niños durante más tiempo, todo el necesario. Pero ¿estamos familias, educadoras y centro para afrontarlo?

Poco a poco voy madurando esta idea, y la nutro con experiencias de otros centros y otras compañeras. Tengo la esperanza de que al próximo curso podamos ponerla en marcha.

Mamá, educadora y directora repensando la infancia

 

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